Por: David Gómez Ferreira
Ya pasaron
seis meses, desde aquel 11 de marzo de 2020, que el gobierno nacional anunció
la Pandemia en Colombia. A partir de ahí, todo se convirtió en un caos, no
pararon los mensajes masivos a través de los aparatos tecnológicos (infodemia) y los medios
de comunicación (televisión, prensa oral y escrita); lo que generó en los
colombianos un pánico ingente por los datos de contagios y muertes diarias por
la COVID – 19 en las regiones del país y en el mundo.
Cierto día durante el confinamiento, un amigo y colega de escuela, compartió conmigo una tarde de juegos de mesa (tomando estrictamente todas medidas de bioseguridad). Inevitablemente discutimos sobre la polémica que ha ocasionado la propuesta del Ministerio de Educación Nacional de aplicar un modelo de alternancia en las escuelas y universidades de Colombia; considerada por del gremio de los maestros y los padres de familia más que en una opción de regreso a las aulas de clase, en un riesgo y una gran preocupación por la salud de su comunidad educativa, so pretexto del descenso de la curva epidemiológica del coronavirus. Mi colega, con tono de firmeza me dijo: “Brother, no podemos pensar en terminar un año académico encerrados en nuestras casas, cuando todos los sectores productivos empiezan a dar el paso de una nueva normalidad, y es inconcebible, que el sector educativo sea el único rezagado en esta coyuntura”. Su apreciación me llevó a cuestionar y a reflexionar sobre esta realidad.
Primero, ya se han vinculado al modelo de alternancia 19 municipios del país, los cuales se han venido preparando para volver a la normalidad académica, desde que el Gobierno lo propuso en el mes junio. Otras ciudades como Barranquilla, Cali, Medellín, empezarán su pilotaje de alternancia a partir del 1 de octubre del presente año. Lo incomprensible es ¿por qué Santa Marta, ciudad con menos contagio y muertes en comparación con otros municipios, no inicia su pilotaje? El informe suministrado por el Ministerio de Salud y Protección social a 27 de septiembre de 2020, registra los siguientes datos de contagio por departamento: Bogotá (Capital) 260.559; Antioquia 109.651; Atlántico 67.074; Valle del Cauca 59.785; Cundinamarca 32.337; Santander 29.468; Bolívar 28.475 y Magdalena con 15.005 casos. La diferencia es grande. Por lo anterior, me surgen los siguientes interrogantes: ¿El Magdalena no tiene la capacidad de asumir retos sociales que superen al temor y le devuelva la confianza a los Magdalenenses? ¿Será que no hay tiempo para la preparación de un “Protocolo” de bioseguridad para las escuelas de Santa Marta y el Magdalena para regresar este año? ¿Cuáles han sido las medidas de contingencia que ha asumido la ciudad y el departamento para un retorno seguro a las escuelas en este 2020? ¿Somos un departamento incapaz social y culturalmente para asumir una conducta de autoseguridad frente a esta problemática? La cuestión no es volver por volver a la escuela, es empezar un proceso de readaptación paulatina, pero empezar.
Por su parte, el gremio de maestros del Magdalena se mantiene irrestrictamente en no acogerse a este modelo de regreso a clases, y se va “lanza en ristre” ante el MEN, dado a que, según ellos, no existen las garantías mínimas en el Magdalena, y ante eso, el Ministerio del Ramo, no “da pie” a las exigencias que el profesorado expone para un retorno a las aulas como pilotaje en esta zona del país. Esperemos para ver cuándo y en qué termina esta disputa. Aclaro que al emitir este juicio, no desconozco la realidad de los casos de contagios y de muertes por el coronavirus. Hago la anterior anotación, porque gran parte del pueblo colombiano aún se encuentra renuente para acoger una medida transitoria de nueva normalidad y más quienes pertenecen al sector educativo; no obstante, ya algunos están pensando diferente por mucho tiempo en el encierro. ¡Y eso es entendible!
Finalmente, considero que se debe dar el paso en el departamento del Magdalena. No acogerse totalmente al modelo de alternancia pero sí que las instituciones educativas desde sus órganos colegiados tomen decisiones para crear estrategias de readaptación y acercamiento a la presencialidad, basado en las características individuales de cada escuela, es decir, que no sea un modelo de alternancia “estándar”, sino que dependa de los factores de oportunidades y debilidades de cada institución. Como lo mencioné anteriormente, la cuestión no es volver por volver a las aulas de clase, es hacerlo progresivamente y con las medidas necesarias para hacerlo. Por ejemplo, empezar con los estudiantes de la Media Vocacional dispuestos al pilotaje, aquellos que no presenten problemas de salud, que no posean equipos tecnológicos ni conectividad, que se les facilite ir a la escuela, que cuenten con un kit de bioseguridad y claro, que cuenten con la autorización de sus padres. Otra acción sería, empezar con un mínimo aforo, que sea un porcentaje más bajo del que propone el Gobierno, y así, se evaluarían las acciones de la institución y el autocuidado que demuestre su comunidad educativa.
El
confinamiento ha afectado notablemente la salud mental de los niños y niñas,
ellos necesitan recrearse, divertirse compartir entre sus semejantes; por lo
que no sólo se debe pensar en llevarlos al mar, a cine, a un centro comercial,
a un parque, a un centro recreacional; se debe buscar la opción que más
favorezca la presencialidad en las escuelas, ellos necesitan regresar progresivamente
pero con el autocuidado. Todos sabemos que hay que vivir y convivir con este
virus en comunidad y en sociedad. Es cuestión de cada quien protegerse de este “mal
amigo”, que llegó para quedarse por un buen rato.